José Tomás a hombros en la octava de feria tras firmar una gran tarde de toros.

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Valencia. Domingo 15 de Marzo. Octava de fallas. Lleno de "No Hay Billetes". Tarde soleada y apacible.

Se lidiaron seis toros de la ganadería de Núñez del Cuvillo (2º como sobrero, se corrió turno) correctos de presentación y de comportamiento desigual. Flojos en su conjunto, bajos de casta y raza, no molestaron en exceso a los diestros actuantes por lo que algunos, como el segundo fue más claro y sirvió para el lucimiento de igual modo que lo hizo el quinto y el sexto gracias a sus matadores.

Javier Conde, silencio tras aviso y silencio.
José Tomás, oreja tras aviso y oreja tras aviso.
Sebastián Castella, ovación tras aviso y oreja con petición de la segunda.

El madrileño José Tomás salió a hombros. Brindó la muerte del quinto toro de la tarde al maestro de Camas, Paco Camino.

Valencia (Esp.).- Llegó José Tomás a las fallas con todo el papel vendido y lo mejor fue que al igual que el día anterior con El Juli, el de Galapagar protagonizó una actuación en el coso valenciano de las más importantes que se le recuerdan en esta plaza. Tarde importante, de las que pone al toreo a temblar, porque las dos faenas del diestro se cimentaron sobre el toreo que lo hizo maestro y figura allá por el final de la década de los noventa y además en una plaza de primera. Firmeza, técnica, temple, poder, mano baja cuando se podía, sentimiento y gusto torero. Tan fácil de enumerar y tan complicado de realizar ante los toros.

Los seis astados que conformaron el encierro de Núñez del Cuvillo, resultaron correctos de presentación rayando alguno de ellos lo justo para una plaza de primera. Y después, su juego resultó desigual, debiéndole mucho el ganadero a la terna actuante, que supo lucirlos y sobre todo, hacer creer al público que fueron mejores de lo que en realidad resultaron. Toros sosos, flojos, justos de raza y casta que tuvieron nobleza y calidad algunos de ellos, aunque muy poca, la necesaria, para dejar que se lucieran los espadas anunciados. El menos malo el segundo, y con más complicaciones, el quinto y el sexto.

Ante el segundo del festejo el madrileño José Tomás cortó una merecida oreja después de cuajar una faena compacta, redonda, completa, desarrollada con mucha inteligencia, que recordó al José Tomás de los años noventa. Con la capa lo sacó al tercio con solvencia, soltura, eficiencia y temple. El temple necesario para que la endeble embestida del animal no rodara por los suelos. Peleó el de Cuvillo en el caballo con sosería, mansedumbre y desigualdad, aunque ello no fue impedimento para que gracias a su nobleza y las muñecas templadas del francés Sebastián Castella, éste se luciese en un quite por chicuelinas ceñidas y muy emotivas. Después, llegó el madrileño y con seriedad y dejando a un lado las poses y efectos especiales que rodeaban algunas de sus actuaciones, se puso a torear de verdad. Arrancó la faena en los medios con varios estatuarios que dejaron muda a la plaza por su cercanía y quietud. Y a partir de ahí, muleta por delante a media altura para ayudar al toro, y cuando lo tenía embebido en la tela, mano abajo con temple, suavidad y despaciosidad para cuajar de este modo dos tandas en redondo de toreo largo, roto, sentido y mágico. Intensidad en la interpretación del toreo que fue a más, cuando se echó la muleta a la mano izquierda y con temple, suavidad y torería le endilgó varias tandas de buen toreo, con el compás abierto, toreando con los vuelos hasta donde alcanzó la rota cintura. Obra honda y profunda como su toreo a la par que llena de estética y temple que demostró el torero que es José Tomás cuando quiere torear de verdad. Lástima el error a espadas porque podría haber cortado dos orejas, aún así cortó una, con mucho peso e importancia. Y con el quinto se volvió a descubrir, como un torero poderoso y enorme cuando quiere serlo. Este Cuvillo fue brusco y flojo de salida, pero el de Galapagar salió con ánimo y lo toreó muy templado, ganándole terreno y jugando las manos hasta dejarlo fijo en el centro del ruedo. Peleó manseando en el caballo, sin clase ni bravura, saliendo suelto y perdiendo las manos aunque tuvo suerte la res y el ganadero porque en manos de José Tomás y con su muleta pareció después otro toro. Faena de paciencia, técnica, de tempo y tiempo para que se recuperase el animal que fue conformándose como una obra importante del diestro madrileño. Dejó a un lado su efectismo sugestionador de masas y toreó. Lo mejor fue al natural, en dos tandas de mano baja, sentida, llena de gusto y empaque, con la cintura de nuevo rota que enloquecieron al público. Toreo macizo, templado, lleno de sentimiento al que si algo le faltó, fue la pujanza del flojo toro. Un astado que en manos de otro matador no hubiera servido ni la mitad. Abrochó la obra con manoletinas majestuosas y tras ellas montó la espada, volvió a pinchar y cobró una estocada que le valió la oreja con la que abría la puerta grande de Valencia. Hoy, ni un pero a su actuación, a su actitud de figura en plaza de primera y su triunfo. Su paso ha sido un serio aviso a navegantes, tanto a los que ya han actuado como a los que falta por llegar.

El francés tampoco se quiso quedar atrás en tarde para el madrileño y a punto estuvo de encaramarse a la gloria si no llega a ser por la negativa del presidente en el que cerraba plaza. A este flojo y deslucido Cuvillo, Sebastián le cuajó un trasteo firme, de entrega y toreo despojado de aditamentos. Muy ojedista en la concepción e interpretación del toreo optó por el arrimón poderoso que encogió al público por su valor. Faena llena de emotividad y pasión en la que la chispa que le faltó a la res, la puso el francés. Un esfuerzo sobrehumano con el que logró poner la plaza de su parte y rendida a sus pies, firmando una obra importante que por ser rematada con una estocada baja solo se le premió con la oreja. Con su primero también flojo, justo de raza y casta, logró una faena de menos a más aunque nunca terminó de alzar vuelo. Lo mejor, el final ojedista de cercanías con un ramillete de circulares, penduleos y ochos del estilo del maestro de Sánlucar que gustaron y sobre todo mostraron un nuevo Castella. El fallo a espadas le impidió pasear un posible trofeo.

Finalmente Javier Conde no tuvo su tarde. Con el que abrió plaza firmó una faena larga que nunca terminó de convencer y con el cuarto no intentó ni siquiera cuajar trasteo.

Texto: Alfonso Sanfelíu

Fotografía: Paco Ferrís